China y el nuevo orden mundial (II)
Noam Chomsky
De todas las “amenazas” al orden mundial, la más consistente es la democracia –a menos que esté bajo algún control imperial– y, más generalmente, la afirmación de independencia. Estos temores han guiado al poder imperial a lo largo de la historia.
En Latinoamérica, tradicional patio trasero de
Washington, los sujetos son cada vez más desobedientes. Sus pasos hacia
la independencia experimentaron un avance adicional en febrero pasado
con la formación de la Comunidad de Estados de América Latina y el
Caribe, que abarca a todos los países del hemisferio excepto Estados
Unidos y Canadá.
Por primera vez desde las conquistas española y
portuguesa hace más de 500 años, América Latina está avanzando hacia la
integración, un prerrequisito para la independencia. También está
empezando a resolver el escándalo interno de un continente dotado de
ricos recursos pero dominado por diminutas islas de élites acaudaladas
en un mar de miseria.
Además, las relaciones Sur-Sur se encuentran
en pleno desarrollo, con China desempeñando un papel destacado tanto
como consumidor de materias primas como inversionista. Su influencia
está creciendo rápidamente y ha superado a la de Estados Unidos en
algunos países ricos en recursos.
Más significativos aún son los
cambios en la arena de Oriente Medio. Hace 60 años, el influyente
planificador A. A. Berle aconsejó que controlar los incomparables
recursos energéticos permitiría “un control sustancial del mundo”. A su
vez, la pérdida de control amenazaría el proyecto de dominio global. En
los años setenta, los productores importantes habían nacionalizado sus
reservas de hidrocarburos, pero Occidente retenía una influencia
sustancial. En 1979, Irán se “perdió” con el derrocamiento de la
dictadura del Sha, que había sido impuesta por un golpe militar de EEUU y
Reino Unido en 1953 para garantizar que este trofeo permaneciera en las
manos adecuadas.
Ahora, sin embargo, el control se está escapando incluso de los clientes tradicionales de EEUU.
Las
mayores reservas de crudo se encuentran en Arabia Saudí, una
dependencia estadounidense desde que EEUU desplazó a Reino Unido en una
miniguerra librada durante la Segunda Guerra Mundial. EEUU sigue siendo
de lejos el mayor inversor en Arabia Saudí y su mayor socio comercial, y
el país árabe apoya la economía estadounidense vía inversiones.
No
obstante, más de la mitad de las exportaciones petroleras saudíes se
dirigen ahora a Asia, y sus planes de crecimiento apuntan a Oriente. Lo
mismo puede resultar cierto con Iraq, el país con las segundas reservas
más importantes del mundo, si puede reconstruirse después de las
asesinas sanciones impuestas por EEUU y Reino Unido y de la posterior
invasión. Y la política de EEUU está empujando a Irán, el tercer
productor mundial de petróleo, en la misma dirección.
China es
actualmente el segundo mayor importador de crudo de Oriente Medio y el
mayor exportador a la región, reemplazando a EEUU. Las relaciones
comerciales están creciendo de manera acelerada y se han duplicado en
los pasados cinco años.
Las implicaciones para el orden mundial
son significativas, como lo es el ascenso de la Organización de
Cooperación de Shanghái, que incluye buena parte de Asia, pero que ha
rechazado a EEUU. Se trata “potencialmente de un nuevo cártel energético
que involucra a productores y consumidores”, comenta el economista
Stephen King, autor de Perdiendo control: las amenazas emergentes a la prosperidad occidental.
Entre
los diseñadores de estrategias políticas y los comentaristas políticos
occidentales, 2010 es llamado “el año de Irán”. La amenaza iraní se
considera el mayor peligro para el orden mundial y enfoque prioritario
de la política exterior de EEUU, doctrina que Europa sigue cortesmente
un poco atrás, como de costumbre. Oficialmente se reconoce que la
amenaza no es militar. En realidad, la amenaza es de independencia.
Para
mantener la “estabilidad”, EEUU ha impuesto severas sanciones a Irán,
pero, fuera de Europa, pocos están prestándole atención. Los países no
alineados –la mayor parte del mundo– se han opuesto vigorosamente
durante años a la política de EEUU hacia Irán.
Las cercanas
Turquía y Pakistán se han embarcado en la construcción de nuevos
oleoductos hacia Irán, y el comercio va en aumento. La opinión pública
árabe está tan encolerizada por las políticas occidentales que la
mayoría incluso aprueba el desarrollo iraní de un arma nuclear.
El
conflicto beneficia a China. “Los inversores y comerciantes de China
ahora están llenando un vacío en Irán a medida que los inversores de
muchas otras naciones, particularmente de Europa, se retiran”, informa
Clayton Jones en The Christian Science Monitor. En particular, China está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas iraníes.
Washington
reacciona a todo esto con un toque de desesperación. En agosto, el
Departamento de Estado advirtió de que “si China quiere hacer negocios
en todo el mundo, también tendrá que proteger su propia reputación, y si
alguien adquiere la reputación de un país dispuesto a evadir y esquivar
las responsabilidades internacionales, eso tendrá un impacto a largo
plazo… Sus responsabilidades internacionales son claras”. En otras
palabras, que debe seguir las órdenes de Washington.
Es poco
probable que los líderes chinos se sientan impresionados por tales
declaraciones, que constituyen el lenguaje de una potencia imperial
tratando desesperadamente de aferrarse a una autoridad que ya no posee.
Una amenaza mucho mayor que Irán a su dominio internacional es una China
que rehúsa obedecer sus órdenes. Y que, de hecho, como potencia mayor y
en crecimiento, las descarta con desprecio.
Distribuido por The New York Times Syndicate.
Fuente: http://blogs.publico.es/noam-chomsky/38/china-y-el-nuevo-orden-mundial-y-ii/
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